AMANECER

La madrugada me sorprende mirando al horizonte, con una sonrisa, más bien, una mueca. Algo que no se sabe bien que es. El cuerpo se queja en silencio para no romper el encanto del amanecer y no sé muy bien qué debo hacer.

Seis y quince, muy tarde o muy temprano...

Depende de quién lo mire.

Ningún amanecer es igual aunque sea único. Unos lo ven sin mirar, sin atención ni deseos, ni ilusiones ni sueños, solo el cansancio a sus espaldas. Otros ven una esperanza, la ocasión, la ilusión y el optimismo, deseando y creyendo, que ese día será mejor, que nada puede ser tan malo que no hay mal que cien años dure... Y lo observan con brillo en la mirada.

Algunos con la vista en el horizonte, con ese pequeño fulgor que va naciendo se dejan perder por ese esplendor que les indica que se acaba la noche, se acaba la seducción, el coqueteo, la fiesta, el alcohol se acaba mientras el sol, les va mostrando sus verdaderos rostros, el de las ojeras, el rímel corrido, las arrugas en la ropa y en la piel, las gargantas irritadas, los oídos retumbando.  El amanecer les pilla despistados, con el éxtasis en las venas, el deseo de más, de que no acabe la noche ni empiece el día ni que esos rayos que asoman les hagan tanto daño en los ojos...

Y los niños... Esos que acaban el sueño mucho antes de que sus padres puedan reaccionar, que se asoman con ilusión como si cada día fuera Navidad, sin saber que aventuras encontrarán en su camino, esperando que el sol esté más alto para poder hacer ruido, desayunar, jugar, disfrutar y vivir. Sin saber que en unos años ya no verán amanecer. Les pillará a una hora que no estará en sus rutinas... Dejarán de verlo durante años hasta que lo descubran de nuevo tras una noche de diversión... O de amor, o de vicio y lujuria, o de trabajo y esfuerzo, o de insomnio, o de horas y horas haciendo el amor...

Y las mujeres que en sus ventanas lo ven, con un bebe en brazos, no sienten nada ante ese espectáculo majestuoso... ¿Nada? ¡NO!
Sienten, mientras miran por la ventana, cansancio absoluto. Unas sentadas con los pezones doloridos mientras alimentan a sus hijos. Otras de pie, intentando calmar un llanto inexplicable, que les rompe por dentro. Todas con sus bebes, mirando sin mirar, sintiendo el agotador amanecer como una losa encima de ellas, que solo alivia su peso cuando ven la vida que mecen en sus brazos. El milagro, el amor incondicional...

Los viajeros se lo encuentran, el amanecer les pilla en sus hoteles, hostales, caravanas, cabañas, en el avión buscando el punto adecuado para ver ese resplandor, desde las nubes, desde el cielo, como un ave despertando y volando en busca de calor.

Y esas mismas aves, en la tierra empiezan a trinar. A volar. A crear dibujos y figuras en el cielo, jugando y observando el despertar de los humanos, los sonidos cotidianos, los ojos que observan el amanecer que ya ha dado paso al día.
Siete y diez de la mañana.

No sé si dormir…

O despertar.