Adela guarda el transistor ensangrentado, con un inverosímil mimo, en el cajón de los objetos preciosos de su madre. Le hubiese gustado que todo fuese diferente, pero las treinta puñaladas que le asestó, con saña, solo podían ir dirigidas a ella. Cuando vio que, con desatado llanto, se agarraba a la radio con tanta fuerza, vio plenamente justificada su acción. Ese aparato maldito siempre se había interpuesto entre las dos. Su madre estaba obsesionada con no separarse de las voces que le hablaban desde las ondas, en todo momento, como si no hubiera otra vida más allá de ellas. Descuidó la educación de su hija, apenas la alimentaba y ni siquiera celebraba sus cumpleaños, porque siempre había un programa que escuchar o una melodía con la que evadirse de lo terreno. Adela acumuló demasiada soledad y resentimiento, fraguados durante años, que concluyeron en tan macabro plan.
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Ahora, mira a ese trasto, al que culpa de todo lo sucedido, con condescendencia. Tiernamente, observa cómo se desangra su madre, en el suelo. Jamás dejará de quererla.
AUTORA: MARÍA JOSÉ VIZ BLANCO
(Ilustración número 1. MARGARITA VIZ BLANCO)
(Ilustración número 2. MARGARITA VIZ BLANCO)
