Con 50 me doy cuenta. El tiempo lo cura todo.
Tal vez nunca olvides, puede ser que no perdones, el dolor jamás desaparece del todo.
Pero la vida te empuja, te arrastra, te hace salir a vivir sin ganas hasta que en un momento dado de un día cualquiera te das cuenta, que aquello que te hacia llorar, ya es Pasado.
Haces como que no te afecta la luz, los ruidos y la gente. Te sientes más observada de lo que en realidad es. Ni tanta gente te mira, ni tanta te ignora.
Quiero perder el miedo. Andar por la calle mirando al frente, no mirando al suelo.
Quiero pensar que nadie me mira cuando noto que me observan.
No quiero que me vean, tan mayor como me siento.
No es cuestión de mente, ya que, en ese aspecto… soy inmadura desde la madurez
La noche no está hecha para los que no duermen, no está hecha para el insomnio, ni para la vejez, ni para los niños.
Deberíamos tener un reloj interno mucho más preciso, desde el principio hasta el final de nuestras vidas. Un reloj que año tras año decidiera dejarnos descansar las horas necesarias. Que ningún llanto de niño quebrara el silencio nocturno, ninguna luz que alumbra la soledad iluminara la oscuridad de la noche.
La noche. Hecha para las musas, para los poetas, los escritores, los cantantes, los artistas.
Silenciosa, para escuchar tus propios pensamientos, esos tan ocultos que no te dejan dormir.
Tantas cosas se habrán creado por la noche, tantos amores habrán nacido o habrán sido destruidos. Tantos escritos lúgubres que acaban en el fondo de un cajón. Tanta música que nunca se va a escuchar. Tanta soledad que impide dormir…
Debería haber otro mundo dentro de la noche. Un mundo paralelo en el que las personas que no duermen puedan vivir sus sueños. Acabar libros componer canciones, pintar y plasmar la obra de tu vida.
Acallar llantos y coger la mano de la soledad para acariciarla en un silencio absoluto. El silencio que inspira a la noche.
Las musas aparecen en mis noches. Justo en el momento en el que apago la tenue luz de la lamparilla, cuando encuentro la postura menos dolorosa para descansar… es cuando llegan.
En forma de frases. En forma de palabras. Me retan desafiantes, sabiendo de mi lucha interior por escucharlas, retenerlas. Sin moverme de esas mantas que me cubren del frío. Negándome a dormir.
Esas musas nocturnas crean historias, les ponen rostro, nombres, van tomando forma y lógica. Me esfuerzo por retenerlas, no olvidar esa gran frase, esa descripción perfecta, ese sentimiento, que, en esa oscuridad, está tan bien expresado.
Con el amanecer, desaparecen. Dejan una tenue sensación de soledad, de pérdida.
Las persigo en el café. A veces, aparecen cuando menos deben o se van sin avisar.
No todo lo que escondemos tiene que ser oscuro.
También, en nuestro pequeño y, a veces olvidado, rincón de la memoria, se esconden los momentos de placer, de gozo intenso y nunca más experimentado, de sentimientos a flor de piel. Momentos que nunca contaremos en voz alta.
Lo peor, no es dejarlos salir.
Lo peor, es que salen cuando quieren, sin previo aviso. En cambio, lo oscuro siempre nos acompaña. En cada acto, como algo cotidiano. Como si el dolor ya fuera, uno más de nuestros sentidos.
Oír.
Y sufrir.
Nos negamos a nosotros mismos a recordar. Momentos de felicidad que dan miedo, sensaciones de vértigo. Nos negamos a recordarlo por miedo, a no volver a sentir lo mismo jamás.
Es entonces, cuando un buen recuerdo se convierte en nostalgia. La nostalgia, muy despacio, desciende en forma de lágrima.
Siento un escalofrío cuando aspiro el aroma del café. Mis pies se van calentando bajo las faldas de la camilla mientras tomo el primer sorbo.
El amargo sabor me devuelve a la realidad. Esta realidad, a veces tan feliz, a veces tan amarga.
La rutina me adormece, pero el ansia me aviva. No hay tiempo que perder, ya ha habido demasiado tiempo vivido sin vivir. Sin sonreír, ni soñar.
No hay tiempo para recuperar los días que he perdido, los que ya se han ido entre humo, libretas y silencios. Ya he vivido más años que los que me quedan por vivir.
Eliges lo que eres. Avanzas a tu ritmo, te detienes, te golpean. Caes y te levantas, sabiendo que no es más que otro golpe, otro tropiezo, o el puto destino.
Todo va bien, pero nada es lo que parece. Mientras la soledad me acompaña, silenciosa como es ella, escribo sin dejar que nada me quiebre, que nada rompa ese hilo que me lleva, a todas las frases que deben salir de forma coherente, a toda esa inquietud que me inspira la noche.
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Autora: Manuela Sans.
Ilustración: Michael Dorati.